El artículo discute cómo la transición del bipartidismo al multipartidismo en Costa Rica ha sido acompañado por el debilitamiento gradual y eventual colapso de los partidos políticos institucionalizados y más programáticos. Esta situación abrió la puerta a que en las Elecciones de 2018 y 2022, se consolidaran propuestas electorales populistas de derecha conservadora, las cuales han sido bastante exitosas en la construcción de un discurso político en que se identifica a categorías escasamente definidas de “políticos y funcionarios corruptos”, la “ideología de género” y la “delincuencia” como los adversarios que deben derrotarse.

Cascante y Muñoz concluyen que el populismo en Costa Rica se ha aprovechado de y ha buscando ensanchar divisiones y descontentos en la ciudadanía ya existentes producto de problemas sociales, económicos y geográficos estructurales y que han sido ampliamente identificados como impulsores de la desigualdad. Efectivamente, el discurso populista ha sido particularmente efectivo entre sectores de la población que son más vulnerables a estas desigualdades. No obstante, lejos de señalar estos factores estructurales, los discursos han alcanzado una gran efectividad política porque se enfocan en debates culturales contemporáneos, inicialmente ligados a los valores tradicionales y la religión en 2018; y luego alrededor de una plataforma contraria a la corrupción en la función pública y a los partidos políticos tradicionales desde 2022. La preocupación de que propuestas populistas puedan llevar al deterioro de la solvencia democrática del país continúan.